“Ha llegado Aitor” —le dijo Bea al oído—. Esa copa no está limpia, por favor, repásala. Pág 1

“Ha llegado Aitor” —le dijo Bea al oído—. Esa copa no está limpia, por favor, repásala.

¿Qué? —se sorprendió Ana, levantando la copa al trasluz…

—Qué le parece, señora Alonso, mejor así? —le pregunté guardando el manuscrito en el Word, para colocar el portátil sobre la mesa de acacia de aquel confortable jardín orientado a la montaña; que no tenía nada que envidiarle al delantero, “excepto por las estimulantes vistas al mar Mediterráneo”. Pero qué cabía esperar, tratándose de la reconocida editora B. Alonso.

—En ese día se le debió haber tragado la tierra —me comentó refiriéndose a Ana, antes de guardar las gafas de moldura invisible, para coger las de pasta, que eran de un característico color verde Lima, que hacían su rostro endiabladamente atrayente.

—Aunque mi memoria no es la que era, fue más o menos así. A veces miro atrás y la recuerdo sonriendo. Ana era una chica extrovertida por aquel entonces, y muy bien parecida. A pesar de estar marcada desde su infancia, en la que se sintió acomplejada por el síndrome del patito feo.

¿Qué síndrome del patito feo? —le pregunté repasando mis notas.

—No estoy convencida de que se le denomine de esta manera rigurosamente, Patricia; de todos modos, así es como se sentía Ana. Cuando Bea la conoció, aún no tenía amistades, y si las hubo nunca le habló de ellas —quedo en silencio, hasta que, finalmente, me entregó el portátil sin solicitar ningún cambio y aunque me alegró que por fin, estuviera conforme, me preocupaba la fecha de entrega, solo con esa intención me contrató como su secretaria y aún quedaba mucho por hacer.

—También sé que nació en el sur, pero el desarrollo de los acontecimientos la llevó a buscar trabajo en un pueblo costero a una hora de camino. Enseguida empezó como niñera, ya que sus estudios no daban para más.

Este dato es importante, recuérdalo, formará parte del prólogo; de esta forma fue como se conocieron Ana y Bea, que también trabajaba como canguro, pero en su caso solo en contadas ocasiones. Ah…, lo dejamos en este punto, por el momento —dijo con elegancia, interrumpiendo ese dato para centrarse en la protagonista.

—Pienso que el destino las unió aquel caluroso día de verano: fue en un parque mientras paseaban a los niños, y al poco tiempo ya eran buenas amigas. Quedaban con frecuencia para tomar un café o para ir de copas a un garito que les gustaba. Hasta qué en una de esas salidas, Ana llegó a dudar de si estaba o no siendo aceptada por el grupo.

—¿Era su imaginación, o pasaba desapercibida para el resto de sus amigos?

—Bueno, Ana tenía la impresión de que su presencia resultaba incómoda para Aitor, que estaba muy interesado en ella, aunque solo se habían visto en un par de ocasiones. Sin llegar a suponer que Ana también estaba interesada en él… Para cualquier otra persona habría sido suficiente, “y tampoco es qué ella tuviera muy desarrollado el sexto sentido”, sencillamente ella era así.

—Difícil, ¡por naturaleza! —comenté

—Tanto que no sé si habría evitado a Aitor de saber lo que le esperaba. ¡No debemos olvidar que hablamos de Ana!

En aquel momento, un cambio inesperado la obligó a cambiar de empleo. Una cosa llevó a la otra y comenzó a trabajar como camarera gracias a los contactos de Bea, que trabajaba en una conocida tasca desde hacía unos años y se había encargado de hablar con su jefe para que le diera una oportunidad, aunque no estaba segura de que llegara a funcionar.

—¿Qué quiere decir? —pregunté, dejando la pluma para coger la grabadora porque aquello parecía un detonante a destacar en la personalidad de la protagonista, y eso solía desencadenar la oportunidad de escuchar el relato. Acercándome al personaje, desde mi punto de vista como lectora. Lo que me resultaba sumamente revelador desde mi situación como becaria de tercer año—. Un segundo, por favor, Señora Alonso —le solicité ejerciendo presión en el botón de grabar hasta que parpadeo.

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Continuará

Katy Núñez

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