Bueno, nena, ¡ahora en serio! Entonces quedamos esta noche en casa de Richard, ¿has llamado a las chicas, o prefieres que las llame yo? —le preguntó Victoria. Pág. 3

Bueno, nena, ¡ahora en serio! Entonces quedamos esta noche en casa de Richard, ¿has llamado a las chicas, o prefieres que las llame yo? —le preguntó Victoria.

—¡No! Eres la primera, pero las llamaré en cuanto tenga un rato —dijo Madison mientras encendía la máquina de café, arqueando las cejas porque tenía la impresión de que Vicky se callaba algo. 

—¡Por favor, deja que las llame yo! Ya sabes que soy una amiga muy comprensiva, y si necesitas comerte el postre sin compartir, al menos, deja que me evada de la montaña de casos que aún tengo por leer. Considera que tu mejor amiga necesita un poco de surrealismo en su vida —añadía, mientras Madison se reía sin parar. 

— ¡Pero qué cara, más dura!, ¿y cómo vas a conseguir ese surrealismo?, por qué no será criticándome, ¿verdad?

—Me ofendes, amiga… Sabes que las chicas y yo no seríamos capaces —le aseguraba Victoria elevando significativamente el tono irónico y burlón de costumbre.

—¿Incapaces…? ¡No pondría mi mano en el fuego!, en más de una ocasión os he visto hacer vestidos que ni en la alta costura, y si no, recuerda la famosa frase…

“Yo seré una zorra, pero de pelo blanco, no como ella, que no pasa de conejo de campo.”

—Ay, ¡qué cosa más fea! ¿A quién le has dicho eso tan reprobable? —preguntó Victoria, manteniéndose en silencio porque la frase era de su cosecha “de la mejor añada” pensó en ese momento para terminar con una carcajada.

 En ese instante, Richard, atraído por el aroma del café, salía del dormitorio para ir a la cocina.

 —Al final es cierto que las mujeres podéis hacer varias cosas a la vez, ¡yo, en cambio, solo me puedo concentrar en una!, —le aseguraba mientras le besaba el cuello—. Buenos días, Victoria— levantó la voz para que esta lo escuchara al otro lado del teléfono, mientras cogía por la cintura a Madison y la subía en sus caderas. Esta se apresuró a terminar la conversación—. Siento dejarte, Victoria, pero como fiscal del distrito debes comprender que en el caso de dos abogados como nosotros hay muchos aspectos que optimizar… —y diciendo esto, le colgó el teléfono sin dejarla responder.

—Dado que soy abogado, e incluso, como artista, tengo gran interés en conocer si existe alguna conexión entre el supuesto postre y mi persona.

—Como abogada, antes de responder quisiera saber a quién le interesa saberlo, ¡¿al Señor Richard Red?, compañero de profesión! ¿O tal vez, a Edward Red? Fotógrafo reconocido.

Entonces él se acercó a su sensual orejita y le susurró en voz baja. A los dos, porque son solo una persona y la tienes aquí rodeando tu cuerpo —le dijo acariciando cada sílaba y dejándola sin palabras.

—Pues, si sois dos y tú; a mí me suman tres. Así que me guardo esa información, porque estoy en clara desventaja… ¡Yo soy una, entiéndeme! —aprovechó para morderle el hombro, y aprovechó para salir corriendo.

—¿No vas a contárnoslo? —le preguntó, sugerente, tentándola, para ponerla nerviosa y luego correr tras ella—. ¡No te rías!, y ven aquí enteradilla. ¡Los cuatro sabemos que voy a ganar este caso!

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Continuará.

Katy Núñez