—¡Uno, dos, tres doblones!, —el malvado contramaestre esperaba rumiante el momento para lanzar su embuste sobre el primer oficial, mientras contaba—. Atacó al desdichado artillero por la espalda para robarle su oro —declaró cuando fue menester ante el malhumorado capitán—. Lo vio hasta el mismísimo Dios —alzó la voz incitando a la tripulación que, acabo vociferando para que el primer oficial caminara por el tablón. Después de aquella declaración de odio, el capitán, se acercó al oficial, y tiró de su sable; sirviéndose de la punta de la cimitarra para retirar del cinturón del contramaestre una pequeña bolsa de piel ajada. Que hizo sonar varias veces antes de dejarla caer en cubierta, para dar certeza.
By Katy Núñez
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