Al verla, nadie pensaría que trabaja en hostelería. No se le nota el cansancio en la cara, aunque sus jornadas a veces parecen no terminar nunca y el reconocimiento casi nunca llega.

Su primer trabajo fue con apenas dieciocho años. Un verano entero por 400 €, con horarios imposibles y sin descanso real. Fue entonces cuando entendió qué significaba la palabra explotación. Después vinieron otros empleos: contratos precarios, abusos psicológicos y hasta situaciones en las que prefería caminar pegada a la pared para evitar contactos no deseados.

Mientras tanto, empresarios que se aprovechaban y políticos que nunca movieron un dedo. Esa fue la realidad que le tocó vivir.

Pero Natalia siempre tuvo claro algo: no estaba dispuesta a pasar su vida aguantando lo inaceptable. Buscó lugares donde se respetara a las personas, donde los derechos laborales fueran reales y no un papel colgado en la pared. Cuando los encontró, pudo progresar. Ahí empezó a ahorrar, a viajar, a disfrutar. Y lo más importante: a respetarse y ser respetada.

Su historia es un recordatorio para cualquiera que esté empezando: vida solo hay una, y no puede gastarse soportando abusos. Trabajar sí, esforzarse también. Pero no a cualquier precio.

A todos los jóvenes que hoy trabajan en hoteles, bares o restaurantes: no aceptéis la explotación como si fuera normal. El trabajo forma parte de la vida, pero la vida también está para vivirla.

—katy Núñez.