Mes: agosto 2025

Ejercicio de versatilidad narrativa — III

Él escuchó el motor del vehículo —un viejo clásico blanco— y salió de la oscuridad encendiendo un cigarrillo.

—¡Aquí estás! —afirmó.

Ella observó el reflejo de la llama en su rostro, que desvelaba lo siniestro de su intención.

—Deseo que te vayas, ¡por favor!

Él sabía que ella llevaría flores al cementerio la primera noche de invierno.

—No, no debería estar presente —repitió, mientras un dolor intenso en el pecho le provocaba una sensación de ansiedad inminente. Sus brazos se entumecieron hasta las puntas de los dedos; el sonido del teléfono al romperse contra el suelo fue lo último que oyó.

“Nadie supo más de ella.”

1. Tercera persona omnisciente

Él escuchó el motor del vehículo y sonrió en la penumbra: sabía que ella acudiría al cementerio con flores, como cada año. Cuando encendió el cigarrillo, la luz reveló la intención oscura que ocultaba bajo su gesto tranquilo. Ella suplicó que se marchara, pero él ya había decidido su destino. El dolor en su pecho creció, sus brazos se entumecieron, y el mundo se apagó con el golpe seco de un teléfono contra el suelo. Nadie volvió a saber de ella.

2. Primera persona protagonista (ella)

El ruido del motor me hizo estremecer. Cuando lo vi salir de la oscuridad, supe que me había encontrado. La llama de su cigarrillo iluminó un gesto que me heló: no había ternura, solo amenaza.

—Por favor, vete —suplicé.

No lo hizo. Sentí un dolor agudo en el pecho, como si me arrancaran el aire. Los brazos dejaron de responderme, y el estruendo del teléfono al caer fue lo último que escuché. Después… silencio. Nadie supo más de mí.

3. Primera persona testigo (él)

Escuché el motor y supe que era ella. Siempre tan previsible, con sus flores y sus rituales. Encendí un cigarrillo y avancé hacia la luz. Su rostro lo dijo todo: miedo, rechazo.

—Deseo que te vayas —me pidió.

Pero ella no entendía que yo ya estaba allí, que no había vuelta atrás. Vi cómo su cuerpo se tensaba, cómo el dolor le cerraba el pecho. El teléfono golpeó el suelo con un sonido seco. Entonces la noche se la tragó, y nadie volvió a saber de ella.

4. Segunda persona (interpelación a ella)

Escuchas el motor del vehículo y lo reconoces: él te ha encontrado. Surge de la oscuridad con un cigarrillo en los labios, y la llama ilumina la amenaza en su rostro. Suplicas que se marche, pero tu voz se rompe. El dolor llega primero al pecho y luego a los brazos, que se vuelven de piedra. El teléfono golpea el suelo, y ese es el último sonido que oyes. Nadie supo más de ti.

5. Narrador objetivo (estilo cámara)

Un motor sonó en la distancia. Un hombre salió de la oscuridad encendiendo un cigarrillo. Ella retrocedió un paso. Sus labios se movieron, aunque su voz fue débil. Después se llevó la mano al pecho, perdió el equilibrio y dejó caer el teléfono. El golpe contra el suelo retumbó en la noche. La escena quedó en silencio.

👉 Este ejercicio muestra cómo el punto de vista cambia totalmente la intensidad: en primera persona la sentimos desde dentro, en segunda persona la vivimos como protagonistas, en objetivo se vuelve casi fría y cinematográfica.

Ejercicio de versatilidad narrativa — II

Ejercicio narrativo: “El anciano y el niño en la marisma”

Un mismo instante puede contarse de formas muy distintas. Partimos de este texto original:

“En su pecho un pellizco que le obligaba al sentimiento provocado por la pena, ahogando sollozos que daban fe de la verdad.

—El anciano y el niño juntos de nuevo en la marisma —susurró el joven abriendo la pequeña urna con las cenizas de su abuelo para dejarlas volar.”

1. Narrativa descriptiva (énfasis en lo emocional)

“El dolor le oprimía el pecho como un pellizco. Cada sollozo ahogado confirmaba lo inevitable. Con manos temblorosas abrió la urna y, mientras las cenizas volaban, murmuró: —El anciano y el niño, juntos de nuevo en la marisma.”

2. Narrativa poética (condensada en imágenes)

“Un pellizco en el pecho.

Un suspiro ahogado.

Cenizas al viento.

El anciano y el niño, reunidos en la marisma.”

3. Narrativa cinematográfica (visual, casi guion)

El joven sostiene la urna. La abre.

El viento arrastra las cenizas hacia la marisma.

Él susurra:

—El anciano y el niño, juntos de nuevo.

4. Narrativa intimista (diálogo interior)

“¿Cómo se despide uno del abuelo? ¿Cómo se suelta un vínculo tan hondo? Cerró los ojos, dejó que las lágrimas hablaran, y dijo en voz baja: —El anciano y el niño, juntos de nuevo en la marisma.”

De esta manera, el mismo fragmento se convierte en un laboratorio de voces. Cada lector encontrará un tono que le toque más cerca: lo descriptivo, lo poético, lo visual o lo íntimo.

Microrrelato VI ✍️ — Donde el silencio duerme

Horas interminables, de desconcierto… de conflicto.

Atrapada —simulando que todo iba bien durante el día— para poder seguir adelante con una vida que ya no le interesaba, con una vida que ya no quería vivir.

Era tan incomprensible como insoportable. Sobre todo cuando caía la noche y debía engañar a su propio cerebro, justo en ese momento en que la oscuridad la empujaba hacia la puerta del dormitorio.

Entonces, el dolor le atravesaba el pecho como un hierro candente, mezclándose con la pregunta que la quemaba: cómo, habiendo tanto mal ahí fuera, podía ocurrirle algo así a una criatura.

Ante un bebé, la muerte parecía algo remoto… y, a pesar de ello, lo negaba.

Su tristeza era tan grande, tan íntima, que no le permitía comprender que aún tenía dos hijos que la necesitaban.

Negaba que tras la puerta del dormitorio de su hijo solo había una cuna vacía. Se quedaba allí, con la mano en el pomo, conteniendo la respiración. Y, cuando la realidad la empujaba al precipicio de la locura, se volvía a mentir, obligando a su cerebro a creer que esa semana su pequeño estaba con su padre.

Su bebé se encontraba a salvo. No había urna blanca con la huella diminuta de su pie.

No había cortejo fúnebre en el que ella llorara su pena gritando que a su pequeño no le gustaba la oscuridad… esa oscuridad en la que intentaba no caer.

Pero caía, noche tras noche, mientras arrastraba los días.

Estaba rota. Rota y despojada de un vínculo eterno.

Su madre se lo dijo tantas veces durante el embarazo, cada vez que salían de la ecografía:

—Hija, sin necesidad, todo esto sin necesidad. Ya con dos hijos… ¿qué falta te hacía? Sabes que no estará con nosotros demasiado tiempo. Nace para quedarse en el hospital.

Aquello lo revivió cada noche desde entonces y lo arrastraría para siempre… mientras que, cada mañana, al levantarse, escuchaba la palabra:

—Mamá.

By Katy Núñez.

La Lune Dorée — I




Todo. Lo había dado todo.

Eso pensaba André mientras apoyaba la espalda en la puerta del despacho.

“No me queda nada. Y tampoco sé si alguna vez tuve algo que decir aquí.”

Estaba a punto de presentar su renuncia. Después de dos años en las cocinas de La Lune Dorée, no le quedaban ilusión, ni hambre, ni ganas. Solo su mantra:

“No camino por llegar; camino porque no sé quedarme quieto.”

Eso lo había empujado cada día. Pero ya no podía más.

Dentro, Émile Caron —Chef Ejecutivo y mente brillante detrás del restaurante— revisaba las fichas de degustación: dos bodas, un bautizo, un acto del ejército de la marina.

“Rutina. Cada año igual. Pero alguien tiene que poner orden.”

Cuando André entró, Émile lo miró en silencio.

Lo había notado más callado de lo normal. Y eso, en él, ya era mucho.

“Algo pasa. Siempre pasa con los que no hablan nunca.”

André retiró la silla y se sentó. Sin rodeos:

—Chef… vengo a entregar el uniforme. No puedo seguir. La mayoría de los días siento que estoy empujando una piedra que no rueda.

Émile lo observó. Tardó unos segundos en responder.

“Lo sabía. Lo sentía venir. Pero aún así… qué pena.”

—Gracias por tu trabajo, André. Has sido parte del equipo. No voy a frenarte. Solo puedo desearte suerte.

“¿Qué más puedo decir? Tal vez no supe llegar a ti.”

André asintió, sin levantar la mirada.

“No esperaba otra cosa. No quiero reproches. Solo entenderme.”

Salió del despacho un poco más seguro. Pero con un nudo.

Porque nadie le dijo que, a veces, el silencio pesa más que un mal plato.

Émile, desde en su oficina, pensó que quizá aquel chico no necesitaba nuevas recetas, o creatividad, sino alguien que, simplemente, le hubiera preguntado:

—¿Estás bien?

By Katy Núñez.

Texto interactivo.

Instagram, Twitter y Facebook tienen puntos de vista distintos.

Elige dónde empezar.

Versión de Émile en Instagram: @escribecatalina

Versión de André en Twitter (X): enlace arriba en la bio.

Visión alternativa en Facebook: EscribeCatalina

 

Microrrelato V ✍️ — Partículas de luz.

Isa entró en el estudio como lo había hecho tantas veces. La ausencia de Miguel llenaba el espacio. Por un momento, casi pudo verlo allí, cruzando la acogedora habitación iluminada por el rayo de luz que atravesaba oblicuamente la estancia.

Caminó hacia ella y se detuvo unos segundos bajo las partículas en suspensión. Entre sus manos llegaba una urna cineraria.

—Otra vez aquí, juntos, entre tus libros y manuscritos, mi amor —dijo, apartando el portalápices y dejándola en la ventana.

By Katy Núñez.

Sátira — La noche en que el manuscrito casi me gana… pero no. 


“La última superviviente de la Batalla de los Manuscritos: exhausta, insomne y sin saber si sigue en 2025.”

Corría la madrugada de un martes que fingía ser domingo. La luz azul del portátil ya no iluminaba, abrasaba. En la mesa: tres tazas vacías (una con restos de poleo), un bolígrafo sin tapa y el manuscrito 348-A del proyecto “que esta vez sí que sí iba a terminar”.

Cata, o más bien Katy Núñez, Autora de su propio cansancio, respiró hondo.

—Si cambio una coma más, me disuelvo en PDF —susurró con los ojos entornados.

La novela la miraba. Literalmente. Se había personificado en el archivo Word como una IA pasivo-agresiva que susurraba cosas como: “¿Estás segura de que ese adjetivo es necesario?” o “Quizá podrías reescribirlo entero, total, son solo 94.000 palabras…”

Pero ella resistía. Como buena hija de las letras y del drama bien puesto. A veces lloraba sin saber por qué. Otras, se reía como quien ha cruzado el umbral del sentido común.

A su lado, una taza de té de lavanda con cúrcuma (porque “si ya me voy a hundir, que sea con elegancia”) y una piedra de amatista con complejo de terapeuta.

—No necesito una musa —gruñía—. ¡Necesito que el capítulo 9 me devuelva las ganas de vivir!

Su carpeta del escritorio tenía más versiones que una saga de Netflix:

finaldeverdad_v6.docx ahoraesesta_últimaFijo_revisadoYA.docx porquemehacedesto_versiónlenta.docx

De pronto, el cursor parpadeó con sorna. El wifi titubeó. Y el corrector automático sugirió cambiar “sufro en silencio” por “sufro en Soriano”. Un lugar ficticio que ya se estaba convirtiendo en su refugio literario involuntario.

Y entonces, lo supo.

—Estoy a un café de distancia de reescribir toda la novela en verso blanco.

Se levantó, tomó su manta de ganchillo, le dio un beso a su libreta (esa que huele a jazmín y a traición) y dijo:

—Mañana será otro día. O el mismo, pero con un nuevo ritual.

Y mientras se alejaba rumbo a la cocina, su voz se oyó por el pasillo:

—¡Pero que nadie toque mis Fixxes, eh! ¡Que los cuento!

By — Dicati, pero con Zapatillas.

Se halló a la autora en este estado tras doce horas de corrección, cuatro tazas de té y una discusión existencial con el corrector automático.

© 2025

Tema por Anders NorenArriba ↑