Categoría: ÁzdeliLidot

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—¡Acercaos! Voy a conceder los permisos para comerciar en el festival de los nombrados —declaró el anciano con su habitual mal carácter. Sin embargo, el malestar entre los convocados era evidente. El fuerte calor y la demora alteraban los ánimos…

—¡Acercaos! Voy a conceder los permisos para comerciar en el festival de los nombrados —declaró el anciano con su habitual mal carácter. Sin embargo, el malestar entre los convocados era evidente. El fuerte calor y la demora alteraban los ánimos…

—¡De “Carmelian” tenía que ser! ¡El asunto es que siempre saben más que los demás estos verdes! —aseveraba con su voz cascada, la vieja meiga Dameiza; ermitaña desde que cayó en desgracia. Y de la que algunos de dudosa reputación pedían sus remedios poco recomendables. ¡Elfos y enanos no disfrutaban del mismo trato!, por no ser del agrado de la anciana—. ¡Oh, sí! —gritó en esta ocasión levantando los brazos, y augurando el desastre para las aldeas de las Forestas que lindaban con la llanura—. Eso es lo que está ocurriendo aquí y por ello, ¡todos os veréis contagiados! ¡Hasta vosotros, pagaréis! —escupió a los pies de uno de ellos—. Sí, vosotros… Esquivos y solitarios guerreros terios, de hábitos salvajes, que siempre os negáis a formar parte del festival. Sin importaros que vuestro estandarte forme parte o no de los Ocho. ¡Traidores! Pagaréis por respetar el infame tratado firmado por el rey Uzcam, como él  pagó con su muerte, y como sin duda lo hará su sucesora, Tiulem Nor. ¡Ella pagará! —gritó la anciana vomitando su veneno para corromper a través de sus palabras a todo el que pudiera escucharla.

— Ya has hablado bastante por hoy, Dameiza —indicó Thomas Élop, antes de arrestarla—.  ¡Vamos, vieja loca!, te vendrá bien comer y dormir a cubierto durante una noche —aseguró el enorme centinela, colocándole unos pesados grilletes, frente a la crítica mirada de aquellos “qué momentos antes lo deseaban”.

—¡Silencio! —gritó el señor Fixex, resolviendo el problema con un desagradable tono eructado y con el rostro cabizbajo, cogió aire lentamente para controlar su enfado. Durante esos instantes, su bramido no encontró rival. El eco recorría el lugar impulsado por la árida corriente de la doncella del Este que al igual que él, no aceptaba excepciones o diferentes interpretaciones de la realidad…

La verdad es que el duende maestre sabía hacerse escuchar y una vez que lo logró, comenzó a leer: 

 

—Hoy, en el primer día de Aries, me encuentro en la disposición de otorgar los siguientes permisos. Pero antes de empezar, les recuerdo que las dudas se atenderán al terminar. Y dicho esto, vayan pasando en orden.


Duendes de las Rojas de Carmelian, solicitaron 10 puestos:

 

Señor Tanex, a ver déjeme un momento para  repasarla lista, sí, y creo que con este, ya estaría. Será el responsable de repartir estos a los que no están presentes —dijo entregándole algunos.

—Señor Nelix, usted irá al bazar de las golosinas —le informó Fixex mientras observaba el penoso estado de su pluma.

—¡Nelix! —insistió el anciano, enfadado, porque no le gustaba perder el tiempo. Y tras lo que le pareció una espera prudente, alzó la mirada hasta dar con él; comprobando con malestar que, Zatex Elt, le rezagaba con otra de sus fastidiosas bromas.

—¡Vamos, joven, coja su permiso! —insistió el viejo duende.

—Zatex —dijo Fixex para que se acercara; y lo hizo receloso, encorvando su cuerpo más de lo habitual. Hasta que se encontró frente al estricto duende. 

—¡Su ilustrísima…! —extendió Zatex su burla públicamente, con una reverencia.

—¡Al parecer, esto os divierte! —le reprobó con severidad el señor Fixex, quien alegaba y detestaba juzgar sin una razón que lo justificara, pero en el caso de Zatex no era neutral porque su comportamiento le parecía retorcido y su falta de bondad preocupante—. Aquí tiene, se encargará de las bodegas de Hósiuz como proveedor del reino—. ¿A ver cuánto dura en el puesto? —murmuró descreído, tras retrasar la entrega para alejarse apenas unos pasos a recoger unos documentos que volaron del atril, porque la doncella del Sur, se los había tirado como muestra de su desacuerdo. ¡Pues ella tampoco entendía en qué se había basado el consejo para elegirlo! Pero sabía que no sería con su bendición ni con la del maestre, que mientras se inclinaba para atraparlos, lo confirmaba:

—No se lo puedo reprochar, si dependiera de mí, ¡no se lo daría!

Zatex, por su parte, parecía no ser consciente, y con el brazo extendido aguardaba con una expresión de circunstancia.

—Le voy a vigilar —le amenazó Fixex, sin reserva alguna, pero con la respiración entrecortada; mientras Zatex, sin levantar la mirada recibía el permiso junto con la reprimenda. Después, siguió su camino convencido de que el viejo no estaba bromeando. Pero con un destello en sus grandes y perturbadores ojos. Pues era un ser malvado por naturaleza, capaz de extraer la parte más vergonzosa de la vida, “según palabras del propio maestre Fixex”.

 

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Continuará

Katy Núñez

 

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Apenas había amanecido cuando la llanura recibió la llegada de montadores y comerciantes con una desagradable cantinela.

Apenas había amanecido cuando la llanura recibió la llegada de montadores y comerciantes con una desagradable cantinela.

Las herramientas que se usaban para asegurar las tiendas al suelo se convirtieron en motivo de discordia entre los comerciantes que competían por obtener la mejor ubicación en la llanura. 

—¡Le digo que es mío!…

—¡Y yo le digo que no!

El duende herrero y su vecino discutían a voces, mezclándose con el ruido de los carros, que iban y venían sin descanso, cargados con todo aquello que más tarde se pondría a la venta. 

Mientras en el interior de la primera tienda, el señor Fixex intentaba concentrarse en su tarea sin amedrentarse, por el contrario, estaba cada vez más enfadado porque cada golpe o grito le provocaba un incómodo tic.

—¡Por mil enanos… enanos… enanos…! Esto es absurdo, ni en mis mejores años he guiñado con tanto ahínco —observó el viejo duende, alterado porque esta era una de tantas razones que daban sentido a sus demandas. Por un instante pareció que, por fin, había acabado, y todos aquellos sonidos que lo perjudicaban cesaron. No obstante, el silencio duró el tiempo justo para que el anciano se relajara tomando un par de tragos de una extraordinaria cerveza de aguamiel, y la cantinela regresó… Impidiéndole ver la lámpara, hasta que, cayó sobre la gruesa pata de su escribanía; prendiendo un gran fuego en cuestión de segundos.

¡Debo reconocer, que la reacción del anciano ante aquella situación fue sumamente efectiva! 

—Euq enrot —pronunció con tosquedad. Y con aquel sencillo conjuro, el incendio se apagó y la lámpara volvió a su sitio.

Por supuesto, esto le llevó a protestar, y lo hacía a través de una misiva que redactaba en ese mismo momento, porque entre sus cualidades no se encontraba la paciencia.

 

Portón noreste 10. Segunda galería. Palacio de Hósiuz. 

1 de Aries, en la era de las Ocho Piedras.

Estimado consejero Vertux, lamento comunicarle mi profundo malestar, pero la inconveniencia a la que mi persona se ve sometida, me obliga: Esos inútiles, solo debían montar mi tienda el tercer día de la última semana de Piscis. ¡No el cuarto ni el quinto antes del equinoccio! ¡Por el cielo! No creo que sea mucho pedir. ¡Sin olvidar que hay varias irregularidades que exigen esta carta! Como lo de conceder un permiso tan importante al señor Zatex. ¡No se debe tentar así a la suerte! Y definitivamente no apruebo lo de ese duende. Afortunadamente, señor mío, esto solo acontece cada diez quinquenios.

—subrayó, cogiendo aire—.

¡Y no lo haré más!, que sin duda es lo que están buscando esos desagradecidos del consejo, que no respetan el trabajo duro que he hecho. ¿Poner a Zatex, a cargo de las Bodegas de Hósiuz?, cuando mi elección había recaído en Sorieg. Ahora tendré que cambiar, lo que calculo me habrá llevado toda una luna preparar y redactar. ¡Mis consejos ignorados!… Consejos, basados en mi larga y honorable experiencia.

Farfulló las últimas palabras, dejando descansar a su debilitada pluma de Quetzal, que tras tantas lunas de trabajo; no tardaría en aletargar para resurgir colorida y brillante.

—Por el momento, lo dejaré así —dijo inclinándose por acabar de redactar el texto, cuando se sintiera más tranquilo. Pues era de carácter severo y de fácil enfado. Y sin duda en esta ocasión lo estaba. Aun así, se levantó y ordenó los permisos reales necesarios para comenzar la entrega. No mucho después, y con los documentos bajo el brazo, apartaba la cortina para salir de su tienda.

—¡Por mil unicornios! —gritó, retrocediendo un paso—. ¡Por mil unicornios! —repitió bajando el rostro deslumbrado por la fuerte luz del día, que le obligaba a caminar, en una postura incómoda para proteger sus pequeños ojos hasta llegar al estrado; este, se mantenía en pie a través de los siglos, junto con la estructura de gradas de piedra deterioradas por las inclemencias del tiempo. Pero sólidas como para que el maestre subiera las escalinatas sin temor a caerse. Una vez en el centro del escenario, se dirigió a los presentes, mirándolos de arriba a abajo, a través de sus pequeñas y redondeadas gafas que se perdían entre sus espesas patillas, antes de llegar a las orejas. No muy alto, pero resuelto, se ayudaba de su barriga voluminosa para empujar el total de los documentos sobre el atril.

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Continuará…

Katy Núñez

 

 

 

 

 

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Ázdeli se despertó sudando y muy asustada. No le importó salir antes del amanecer, pero cuando vio al centinela comprendió que debía ser cuidadosa si quería llegar a su destino sin que la descubrieran.

Thomas Elop llevaba toda la noche de guardia y estaba muy cansado.—¡Silencio! —gritó furioso —y terminó de una vez por todas con el concierto que estaban dando los insectos de la Llanura de las Ocho Piedras. Después, comprobó la hora en su reloj de agua. Una vieja tablilla de madera, con doce muecas casi desaparecidas por el uso, que ponía en hora cada mañana confrontándolo con los menhires distribuidos por el reino; y en aquella ocasión lo hacía desde él más antiguo—. Las siete y hace un frío de los de antes. ¡Vamos, joven dama! Es suficiente, ni en los tiempos de Uzcam has estado tan enojada —gritó al tiempo que golpeaba sus brazos para entrar en calor, porque su uniforme era de hilo fino y solo pechera y las botas eran de piel curtida. Por esa razón, esperaba que la doncella del Norte; que nunca se dejaba ver más que en su alegría o en su agitación. Se comportara como sus tres hermanas en tiempos de paz.

Elop de la Casa de los Hombres era un hombre robusto, casi un cuarto más alto que el resto del regimiento, y su mente experta en estrategia era tan útil en la batalla como la de un comandante. Por esta razón, era respetado por su regimiento que estaba destinado a proteger la Fortaleza Amatista y su Foresta, situada en el centro del pueblo, junto al resto de las aldeas pertenecientes a las Ocho Casas y sus ocho piedras. No obstante, en comparación con Thomas, todos los habitantes del reino de Hósiuz parecían indolentes y bajos, a menos que la magia permitiera el cambio.  

 —¡Eh!, ¡eh, tú! —gruñó Thomas cogiendo de un pellizco a una joven que se ocultaba de miradas indiscretas con la capucha de su capa—. ¿Qué haces aquí?, ¿no es demasiado pronto para andar curioseando por la llanura? ¿A ver?… dijo, ¡y le quitó la capucha! Ella se volvió y le mostró el rostro. Thomas pensó “que sus ojos negros, orejas puntiagudas, y ropajes eran propios de los zahorís de Ónix, y además, concluyó que la muchacha cursaba el ras de aprendiz, por el corpiño a la cintura con falda roja hasta la altura de las rodillas y bajo negro hasta el suelo”—. ¡Hum!, ¿qué llevas bajo la capa? —preguntó, zarandeándola—. No estarás robando, ¿verdad?

—Por favor, escúcheme. No he cometido ningún delito, ¡por favor, déjeme!, le prometo que no causaré ningún problema. ¡Solo quería entrar en esa tienda! —manifestó Ázdeli frustrada, señalando la única que reflejaba luz en su interior—. ¡Q- que… quería! —titubeó la joven Lidot. ¡Más aterrorizada por la apariencia del centinela que por la influencia de mis visiones, a través de las cuales había sido testigo del dolor y poder de destrucción que se iba a generar en Hósiuz! 

Por otro lado, esto me obligó a intervenir, y a buscar entre mi pueblo a una joven constante y sin temores que la perturbaran, que como otros jóvenes había sido enviada por sus padres a Hósiuz para que recibiera la mejor educación en Brianaquel, sin imaginar que terminaría formando parte de mi estrategia. Una vez conseguido el propósito de convertirla en mi oráculo, tomé la decisión de arriesgarme para que los habitantes de la llanura de los Ocho estuvieran a salvo. Era consciente de que si fracasaba, mi pueblo estaría al alcance de la nebulosa de la Araña, hogar de la Deidad de las leyes no escritas, y por esa, entre otras causas, la joven Lidot se encontraba frente a Thomas en una difícil situación…

—¿Es que has perdido la razón? —le preguntó sorprendido, dejándola caer al reconocer la dependencia—. ¡Vuelve a tu territorio y procura no meterte en problemas! Si te vuelvo a ver merodeando por aquí, te arrojaré a los cerdos —la amenazó para que se marchara… Fijando su mirada en el lugar señalado por la joven intrusa, las dependencias  del duende maestre Fixex Dosévi, de la casa Carmelian. Su tienda era la primera en levantarse porque era muy sensible al ruido, pero en esta ocasión el montaje se había realizado tarde, y su infortunado huésped acabaría sufriendo las consecuencias aquella misma mañana…

 

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Continuará…

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