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—El primer día de trabajo de Ana estuvo lleno de torpeza y desconcierto, pero como todo lo que comienza termina… o eso pensaría la pobre aquel día en que los planetas se alinearon en su contra, y aun cuando vio entrar a Aitor y colocarse el pequeño delantal negro de camarero. No halló más que el desánimo en la mirada de este.

 Siete meses y tres días después —añadió la señora Alonso, dispuesta a narrar la historia…

Hoy no tienes buena cara, Ana —le comentó Bea cuando se cruzaron por el pasillo aún en pijama.

—¡Me lo dices o me lo cuentas! Estoy hasta las narices de este trabajo, y mejor no hablar de nuestro compañero, el “fatigas”. 

—¡Ay, otra vez has tenido problemas con Aitor! ¡Cuenta…, cuenta!

—No sé, Bea, cuando estoy a su lado me siento como la reina del baile —dijo encendiendo la luz de la cocina, mientras Bea sacaba un par de tazas del mueble—. ¿No queda nada de leche? 

—¡No, no queda! Deberíamos cuadrar los turnos para hacer la compra de la semana —dijo Ana cogiendo el móvil para mirar el cuadrante—. La nevera está casi vacía. Tengo libre el miércoles y el jueves por la mañana, y tú entras a las doce el jueves. ¿El jueves entonces? —preguntó Ana cerrando la aplicación.

——Dame un instante —dijo Bea mirando la simpática pizarra de anime donde anotaban las tareas pendientes—. Hecho —añadió, devolviendo el rotulador magnético junto al resto—, lo cierto es que al ser una más en el piso, la compra no ha llegado. Esta semana pagaremos entre las tres… Pero no me dejes en ascuas, dime qué te ha hecho esta vez Aitor —preguntó Bea con curiosidad, mientras habría el microondas rojo de estilo vintage. 

—Lo de siempre, el problema es que no aprendo —confesó sacando de su mochila un par de bocadillos—. Sobraron, y tu jefe me dijo: «No los dejes ahí, tíralos o llévatelos a casa». No es adorable, el viejo Ramón, es todo fachada —aseguró Ana esforzándose por distraerse de manera eficiente y fluida.

Ana, por favor… podemos hablar de Aitor

—¿Qué te digo? En realidad, no es una cosa concreta, ¡o puede que sean todas! Me vuelve loca, ¡sabes…!

 Lo mismo me trata mal, que al segundo, me coge por la cintura al cruzarnos en el almacén… o lo descubro mirándome durante el descanso, o guardándome la silla para que me siente a su lado.

—No sé qué decirte Ana, por lo que me cuentas no parece que le seas indiferente, sin embargo, Daniel me llamó anoche y me preguntó si me apetecía una copa antes de recogerme, así que fuimos al chiringuito y cuando nos íbamos Aitor entraba con nuestra compañera de piso, por cierto… —No tengo idea de qué se cree esa niña, con esos aires que se otorga— no se daría tantos aires si supiera que su mote es la indigna.

—No la soporto, ahora viene todas las tardes y se queda mirándolo mientras llena la barra de babas hasta que él termina su turno. 

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Continuará. 

Katy Núñez