Tic Tac… En su mente, la cuenta atrás había terminado con una estruendosa onomatopeya. La inspectora se sintió aún más pequeña cuando otra puerta se cerró tras ella. Necesitaba entrar en el depósito de cadáveres, pero era consciente de que sería aterrador.

Tic Tac… En su mente, la cuenta atrás había terminado con una estruendosa onomatopeya. La inspectora se sintió aún más pequeña cuando otra puerta se cerró tras ella. Necesitaba entrar en el depósito de cadáveres, pero era consciente de que sería aterrador.

—No hagas eso —le dijo el comisario masticando cada sílaba con fastidio, “mientras ella, acobardada, se mordía el labio inferior.” 


Pero lo cierto es que Diego estaba inquieto porque la inspectora no era la misma, desde que, finalmente, quedaron para hablar. 

El encuentro duró hasta que llegaron sus hermanas y amigos, después todo fue ¡presentación del nuevo, tomar cañas y aparentar!

Sin embargo, las oraciones que Nina formó y dejó salir sin pudor de su boca antes de que llegaran le habían dejado ver que, de algún modo, ella tenía razón cuando le dijo que “no debía confraternizar, como referencia punzante de una serie policial”.

No era así como Diego se había imaginado ese encuentro, y aunque en muchas ocasiones, le había llamado la atención por sus faltas de respeto, tras una semana de silencios incómodos, sentía una profunda nostalgia por palabras como «novato o Antonio».

 

—Terminarás por hacerte daño, si sigues haciendo eso —repitió él abriendo la última puerta, y dónde el comisario solo veía un pasillo de azulejos verdes con una puerta roja al final. Nina observaba que cuando conoció a María estaba muerta, y recordó cómo se estremeció cuando el forense le trasladó su opinión de que los cortes de piernas y brazos, se debían a que la víctima adaptó la postura fetal en un intento de proteger a su hijo no nacido.


—¿Te encuentras bien? — dijo Diego al ver que se había pellizcado los dedos con tanta fuerza que le sangraba el anular—. No tienes que entrar, yo lo haré, tú quédate tras el cristal y espera, no sé cuánto tardaré —dijo Diego cuando empujó la puerta basculante, y tropezó con Andrea, al que trasladó un saludo tirante, luego se acercó al cuerpo y preguntó: “¿Alguna novedad?”.

 Entonces el forense negó con la cabeza y dijo—. Ese psicópata es como un animal que las deja embarazadas y después las mata para llevarse a sus hijos.

—Suena a broma macabra, pero envía lo necesario a Madrid para ver si has dado en el clavo —le dijo Diego al forense cubriendo el cuerpo cuando la inspectora entró de repente.

—Espera, Diego, tengo que verla —asumió sin apenas voz caminando hacia ella.

Pág. 16

Continuará.

Katy Núñez.