—La inspectora más guapa y más inteligente de Cádiz —dijo Reyes; un cuarentón de la “secreta”, al que apodaban Chino—. ¿Cuándo regresas?, te echamos de menos en comisaría. ¡Vaya, qué bien acompañada vienes! Así que, ahora te relacionas con la realeza. No “si es que siempre ha habido ricos y pobres”.

—Déjate de  «me dijo, me dijo» Reyes… ¿Qué sabes de lo nuestro?

—No te puedo decir nada. Si se filtra, Andrea es capaz de suspenderme de empleo y sueldo a mí también; así que, mejor, hablamos de otra cosa. Bueno, vamos allá… ¡Eso no lo veo, eh! —dijo señalando el coche—. La patrulla no se puede quedar ahí. Nina, dile al —sobrinísimo— que aparque en el puerto.

 —Antonio, póngase en contacto con los compañeros de aduana y dígales que tenemos unos asuntos aquí, que no tardaremos mucho.

—Venga, deme cinco minutos —aseguró saludando al “chino” —me alegra volver a verlo inspector Reyes.

— De esto a tu tío, “chitón” está claro, novato.

— ¡Gloria! —contestó Antonio, afirmando y subiendo al vehículo.

Mientras esperaban, Reyes sacó su teléfono móvil y le envió varias capturas a Nina que las habría y cerraba, hasta que amplió el Zoom en una de ellas—. ¿No comprendo por qué no lo vimos? —dijo Nina—. Esto supone un cambio radical.

—¡Venga, inspectora! No cambia nada, ¿o no sabes cómo van las cosas? Creo que es mejor dejarlo por ahora. Si el comisario se entera de que sigues en las mismas, vas a tener problemas. Y ahora,  vamos a lo que vamos… Hablé con la madre del tatuador y su hijo está semana está de vacaciones. El tipo está en Tarifa. Al parecer le gusta el surf  —dijo escondiendo los dedos del centro de la mano y mostrando el pulgar y el meñique—. Luego he pasado por el salón donde trabaja, y allí solo estaba una ‘pava’ tatuando, que después de mirar su agenda me ha dicho que regresa el lunes. De modo que, sin problemas.

—¡Problemas! Me interesa, ¿de qué se trata? — dijo Antonio, sorprendiendo a ambos.

— Ah, pero la inspectora no te ha contado nada de sus comienzos. Oye, te lo cuento de primera mano, vamos tirando hacia la Plaza de las Flores; tú me invitas a dos cañas y un cucurucho de cazón y yo te lo cuento.

—Eso está hecho —dijo Antonio sonriendo mientras miraba a Nina, esperando una respuesta, pero no la hubo. Ella conocía a Reyes y sabía que iba a terminar contando una vez más “la historia”. 

—Bien —suspiro Nina— Ya estamos aquí, quiero una caña, acedías y huevas; pagas tú, ¿no? —dijo mirando al novato.

—Bueno, yo iba a invitarlo a él, pero si hay que invitar, pues se invita.

—¡Pues sí, hay que invitar! Que la fiesta es a mi costa —añadió Nina molesta—. Ve pidiendo, tengo que ir al baño —dijo tocándose el costado.

—Pues para mí, cazón en adobo y una caña para refrescar la garganta al loro; siéntate Antonio, que te voy a contar “una de terror”.

—¡Buenas tardes! ¿Qué pongo por aquí? —preguntó el camarero.



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Continuar.

Katy Núñez.