¡Ves cómo eres muy lista!, y sobre el favor… —la sorprendió levantándose—. Ven conmigo al dormitorio y allí te explico lo de los favores.

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Pero exactamente de cuántos favores hablamos de uno, de dos, de… tres? —bromeaba ella…. Pág. 2

 

 

—¿Pero exactamente de cuántos favores hablamos de uno, de dos, de… tres? —bromeaba ella.

             —¡De los que quieras —le dijo él, cogiéndola en brazos y llevándola al dormitorio, mientras le susurraba cosas muy divertidas al oído, hasta que ella le dio un golpe en el hombro—! ¡Vale, eso no! —le dijo, cerrando la puerta.

Dos horas después, con varios favores concedidos, “algunos de ellos muy creativos”, permanecían desnudos, relajados, acariciando sus cuerpos, mientras hablaban, entre otras cosas, sobre seguir adelante con los planes de la cena.

Madison se levantó tarde a la mañana siguiente. 

— Me encantan los sábados— le dijo Richard al sentir el roce de su piel—. ¡No vallas! 

—Sabes que te quiero, mi amor, pero debo llamar a las chicas y la cena es esta noche —le respondió Madison besándole en la comisura de los labios. Luego, cogió su móvil y se fue al salón para llamarlas.

Empezó por Victoria. — Buenos días, o buenas tardes, según sea el caso.

—¡Guau!, que contenta estas como se nota que estas… “Bien atendida”.  Igual te gustaría expresar tu satisfacción con la calidad del servicio.

— Ya sabes, este ático dispone de todo lo que una pueda necesitar y ¡más! —añadió Madison, mientras ambas se reían…—. Bueno, bueno al grano… La cena se celebrará aquí en casa de Richard, sé que te aviso con poco tiempo, pero me gustaría que fuera esta noche.

 —Bueno, si compartes el postre,  yo acepto.

— ¡Ja! Ya sabes que haría cualquier cosa por ti, pero el postre “es solo para mí”.

Richard sonreía al escuchar la forma tan peculiar que tenían de tratarse. No obstante, sabía que había cometido un error significativo, “la carta que escribió para la madre de Madison”. Estaba convencido de que le iba a dar problemas. Ella no lo comprendería y eso era una pesada mochila con la que él debía cargar. Sacudió la cabeza intentando liberarla de los pensamientos negativos. No le llevaban a ningún sitio y estaba más interesado en prestar atención a la charla que mantenían las amigas.

—No, te repito que no, si quieres postre tendrás que traerlo tú mismo “bonita”. Nunca me ha gustado compartir —escuchó Richard —mientras, ambas se reían maliciosamente hasta que, finalmente, Victoria tuvo que ceder en su intento de burla.

Pág. 2 Continuará.

Katy Núñez.