“La última superviviente de la Batalla de los Manuscritos: exhausta, insomne y sin saber si sigue en 2025.”

Corría la madrugada de un martes que fingía ser domingo. La luz azul del portátil ya no iluminaba, abrasaba. En la mesa: tres tazas vacías (una con restos de poleo), un bolígrafo sin tapa y el manuscrito 348-A del proyecto “que esta vez sí que sí iba a terminar”.

Cata, o más bien Katy Núñez, Autora de su propio cansancio, respiró hondo.

—Si cambio una coma más, me disuelvo en PDF —susurró con los ojos entornados.

La novela la miraba. Literalmente. Se había personificado en el archivo Word como una IA pasivo-agresiva que susurraba cosas como: “¿Estás segura de que ese adjetivo es necesario?” o “Quizá podrías reescribirlo entero, total, son solo 94.000 palabras…”

Pero ella resistía. Como buena hija de las letras y del drama bien puesto. A veces lloraba sin saber por qué. Otras, se reía como quien ha cruzado el umbral del sentido común.

A su lado, una taza de té de lavanda con cúrcuma (porque “si ya me voy a hundir, que sea con elegancia”) y una piedra de amatista con complejo de terapeuta.

—No necesito una musa —gruñía—. ¡Necesito que el capítulo 9 me devuelva las ganas de vivir!

Su carpeta del escritorio tenía más versiones que una saga de Netflix:

finaldeverdad_v6.docx ahoraesesta_últimaFijo_revisadoYA.docx porquemehacedesto_versiónlenta.docx

De pronto, el cursor parpadeó con sorna. El wifi titubeó. Y el corrector automático sugirió cambiar “sufro en silencio” por “sufro en Soriano”. Un lugar ficticio que ya se estaba convirtiendo en su refugio literario involuntario.

Y entonces, lo supo.

—Estoy a un café de distancia de reescribir toda la novela en verso blanco.

Se levantó, tomó su manta de ganchillo, le dio un beso a su libreta (esa que huele a jazmín y a traición) y dijo:

—Mañana será otro día. O el mismo, pero con un nuevo ritual.

Y mientras se alejaba rumbo a la cocina, su voz se oyó por el pasillo:

—¡Pero que nadie toque mis Fixxes, eh! ¡Que los cuento!

By — Dicati, pero con Zapatillas.

Se halló a la autora en este estado tras doce horas de corrección, cuatro tazas de té y una discusión existencial con el corrector automático.