Cada segundo perdido fue una caricia que no volvió.

Experimentaba temor…
Era una sensación encubierta que había escondido en el rincón más recóndito de mi corazón.
Sin embargo, de vez en cuando, se presentaba ante mí para recordarme que seguía allí.
—Se marchan —me susurraba—. Apenas les queda tiempo —afirmaba—, cada vez que el trabajo, los hijos o la rutina me robaban momentos con ellos.
No quiero. No puedo. No voy a aceptarlo,
me repetía, cada vez más asustada.
Pero siempre con una posdata, ya escrita, sellada y firmada…
Porque todos vamos a morir.
By Katy Núñez.
Deja una respuesta