Me escondĂ­ tras el muro. Estaba muy oscuro, pero desde allĂ­ podĂ­a ver las luces de tres sirenas, los otros dos eran secretas.

Me escondĂ­ tras el muro. Estaba muy oscuro, pero desde allĂ­ podĂ­a ver las luces de tres sirenas, los otros dos eran secretas.

Wow, cinco coches de policía, para cuatro chavales, escribí en el grupo…, y dos son de la secreta, añadí.

De repente una de las patrullas cambiĂł de direcciĂłn y se dirigiĂł hacia mĂ­. Sin duda habĂ­a llegado el momento de marcharse. ComencĂ© a caminar, mi casa no quedaba lejos… 

Pero, ¿era demasiado tarde? ¡Me estaban siguiendo, “o tal vez solo iban en la misma dirección”! Esa idea quedo hecha trizas cuando me dieron el alto; sin embargo. No paré. Después de lo que les había visto hacer durante la detención sabía que no era buena idea.

Hasta que me asusté y todo se descontroló. Solo podía pensar en mi madre y en cómo se lo iba a explicar… No podía darle otro disgusto después de no haber aprobado los finales, mis notas daban pena. ¿Y ahora qué…? ¡¿Recogerme en comisaría?! Me castigaría de por vida. “Adiós a la fiesta de fin de curso, y hola a las clases particulares”.

 Sin embargo, primero tenĂ­an que cogerme.

 Los tuve corriendo unos dos kilĂłmetros, sabĂ­a que no debĂ­a parar hasta conseguir la protecciĂłn de una farola. Una vez allĂ­ me hinquĂ© de rodillas, me quitĂ© la gorra y la lancĂ© a lo lejos.

Arma, gritĂł uno de ellos.

Mientras yo repetía, ¡soy menor! ¡Soy menor!

Del primer puñetazo caí al suelo, mi cuerpo paso a ser una bolsa de basura que se pasaban de uno a otro mientras me golpeaban, pero lo peor eran las continuas patadas en la cabeza. “Todavía me duele cuando lo recuerdo” nunca había experimentado un dolor similar, estaba mareado e indefenso, hasta que uno de la secreta se bajó del coche.

Lo único que recuerdo de él son sus botas militares, porque puso una a cada lado de mi cabeza.

—Ya, ya… ¡Lo vais a matar!

Katy Núñez.