
Bienvenidos a Larios. Scena 1.
Díaz aún no lo sabe… pero ella manda.
La cinta de Crime Scene sugería que se trataba de la escena de un crimen. Los cuchillos ensangrentados y las gotas de sangre sugerían violencia, posiblemente un asesinato. Lupa, pinzas y herramientas forenses evocaban una investigación detallada, tal vez por un detective. El libro en el centro representaba un misterio; sin duda formaba parte de las pruebas.
El teniente Díaz se detuvo. Parecía que todo estaba colocado intencionadamente, como si se tratara de una escena conceptual o una cuidadosa reconstrucción para presentar algo.
Sacó su libreta y tomó unas notas. Luego salió de la escena quitándose los protectores de sus carísimas deportivas. También se retiró los guantes de manera escrupulosa y eficaz, de un solo gesto: hundió el pulgar desde el interior, tiró de ellos y los dejó caer en una papelera cercana, junto a uno de los cubículos de los asistentes del director del banco.
Caminó pensativo, rascándose la barba de tres días. No era la primera vez que veía algo similar. Hubo un caso en Madrid muy parecido, aunque en esa ocasión fue en una lavandería, cerca del extrarradio de la calle Real. Desde aquello había transcurrido un par de años. Ahora él residía en Málaga, por Teatinos, y la escena que acababa de presenciar se encontraba en la calle Larios. Pero, como entonces, no había cuerpo. Solo los indicios de algo macabro.
Al llegar a la calle, revisó su móvil. Bajó la barra de notificaciones y, tras darle un ligero vistazo, pulsó la “X” y los eliminó. Introdujo la mano en los bolsillos buscando suelto. Era tarde, pero le apetecía un café.
De repente se sintió observado. Entonces se giró, y la vio.
Una mujer. Su imagen proyectaba una presencia poderosa y enigmática. Llevaba un abrigo largo de cuero marrón, una camisa roja intensa y guantes negros, lo que reforzaba una estética de elegancia con tintes oscuros. Su cabello rubio, suelto y perfectamente peinado, contrastaba con el ambiente lluvioso y nocturno de la ciudad. Tenía una expresión seria, decidida, tal vez incluso desafiante, lo que sugería que no era una simple transeúnte.
Díaz se acercó a uno de los agentes y preguntó por ella. Estaba seguro de que, de alguna manera, estaba implicada.
—Eh, compañero, ¿sabes quién es? —dijo, señalándola con un gesto.
—Es la nueva —contestó sin dejar de escribir en su libreta.
—¿La nueva? Eh, eh, compañero, ¿la nueva qué…?
—La nueva comisaria… Díaz, que no te enteras de nada —dijo, subiendo a la patrulla.
By Katy Núñez.
Comentarios recientes