Las farolas aún estaban encendidas, ella acababa de levantarse, bajaba la escalera agarrándose a las paredes hasta casi ver la cocina.
—Me hace falta un café —bostezaba.
—Buenos días —dijo aquel, ofreciéndole una silla, luego caminó un par de pasos y se sentó frente a Eva; sin pronunciar una sola palabra, agachó la cabeza y comenzó a escribir. Ella permaneció en silencio, no deseaba perderse nada. Todo en él era interesante, hasta que no quisiera comunicarse. Lástima que no supiera ser feliz. A los diez minutos, aquel estiró la mano hasta dejar el papel delante de ella. Que suspiró, visiblemente abatida, para murmurar—. Gracias, ahora sé a qué nos enfrentamos.

By Katy Núñez